viernes, 6 de octubre de 2017

Reseña + entrevista: Aixa de la Cruz: La línea del frente

Idioma original: español
Año de publicación: 2017
Valoración: Muy recomendable

Al principio había pensado no poner valoración en esta reseña, para evitar suspicacias, porque no solo Aixa es amiga mía; no solo aparezco en los agradecimientos, sino que encima Aixa ha tenido la amabilidad de incluir una cita mía como epígrafe. Así que si le ponía una buena valoración podían venir los Tongoys del mundo a decir: ¡amiguismo!, ¡favoritismo!, ¡endogamia! Pero luego pensé: qué leches. La novela me ha gustado mucho. Me parece muy recomendable. Y la amistad no ciega mi sentido crítico: si no me hubiera gustado, lo diría; cariñosamente pero lo diría. Así que voy a explicar por qué me ha gustado, y luego los seguidores del blog, que ya nos conocéis y sabéis de qué pie(s) cojeamos, hacéis lo que tengáis que hacer.

Antes que nada, una aclaración: como pasaba con Mejor la ausencia de Edurne Portela, La línea del frente no es una novela sobre ETA, aunque ETA, y el "conflicto vasco" en general, estén muy presentes como telón de fondo. La línea del frente es una novela sobre un tema más amplio: sobre la relación compleja que existe entre memoria, identidad y ficción/narración. Sobre el modo en que nos explicamos a nosotros mismos para intentar construir un sentido en medio de una realidad que es caótica, compleja y que pocas veces encaja en categorías simplistas.

La protagonista de la novela, Sofía, sufre algo así como una "culpa por autoengaño". Durante toda su vida vivió ausente del mundo, en una burbuja culta, aséptica y académica; la ruptura de una relación amorosa, y el deseo de recuperar otra anterior, la llevan a abandonarlo todo y a recluirse en una urbanización veraniega prácticamente vacía durante el invierno; allí intentará escribir su tesis sobre Mikel Areilza (un escritor que militó en ETA y se suicidó en Buenos Aires) y compartirá una relación cargada de equívocos con Jokin, un antiguo novio que cumple pena en El Dueso por un altercado con la policía, en aplicación de la ley antiterrorista.

Y es en este encierro voluntario donde Sofía sufrirá un progresivo "desvelamiento": en relación a Jokin, que no se corresponde ni con sus recuerdos del pasado ni con sus expectativas del futuro; también en relación a Areilza, quien no pudo ser explicado ni siquiera por Cozarowski, su colaborador último, el director teatral argentino con el que escenificó una obra sobre la identidad y sus máscaras. Y por supuesto, en relación a sí misma, a su cuerpo, su historia, su comprensión del mundo, su culpa. El capítulo final, en que Sofía se sume en una borrachera psicodélica, es quizás el momento de la epifanía, de la comprensión que va más allá de la razón. (Cabría preguntarse, porque la novela no lo dice, si esta comprensión sería borrada al día siguiente por la reseaca y la vuelta a la racionalidad de Sofía).

Técnicamente, La línea del frente es una novela a la que se le pueden reprochar pocas cosas. La evolución del personaje principal fluye de forma verosímil y natural; la multiplicación de voces (Sofía sobre todo, pero también Cozarowski, y Jokin, a través de cartas, llamadas telefónicas y escenas "teatrales" insertas en el texto) añade contrastes a la visión de la protagonista; el estilo, sin ser (creo) la preocupación principal de Aixa, es efectivo y cuidado, desatándose solo en el último capítulo "lisérgico" en un stream of consciousness poético. Quizás la única pega que le ponga, en este sentido, es explicar demasiado a los personajes; yo soy un gran fan de lo inexpresado, de lo implícito, y en La línea del frente cada personaje principal tiene su momento para contar su historia en forma de monólogo explicativo.

Desde el punto de vista del contenido, me resisto cada vez más (en contra de la propia cita mía que Aixa incluye como epígrafe) a aceptar que "todo es ficción, todo es literatura". Después de la crisis económica, de Trump, del Brexit, creo que la posmodernidad literaria y académica ha quedado algo al desnudo. Si todo vale, si no existe la verdad y todo es una construcción, los nazis de Charlottesville son defensores de la libertad, los inmigrantes colapsan el sistema de salud británico y la culpa de la crisis es nuestra por consumir por encima de nuestras posibilidades. Quizás ha llegado del momento de recuperar un concepto de verdad, alguno, por frágil que sea. En el fondo, es también lo que busca Sofía, a lo largo de toda la novela, aunque al final lo que encuentre sea otra cosa.


Entrevista con Aixa de la Cruz


La línea del frente trata entre otros temas la cuestión de la "verdad" y nuestra capacidad para conocerla. Sofía se encuentra constantemente con relatos que no encajan con su visión del mundo ni con sus recuerdos. ¿Crees que esto es un fenómeno universal? ¿Vivimos engañados?

Creo que Sofía vive engañada en la medida en la que cree, como decían en Expediente X, que la verdad está ahí fuera, una verdad que puede resultar elusiva, inaccesible, pero que aguarda a ser descubierta. Se comporta como un detective: tiene indicios, pistas inconexas (sobre su pasado, sobre el pasado del su novio, sobre la figura del escritor suicida al que investiga) y la certeza de que si ordena bien las piezas puede recomponer el puzle único. Mientras piensa en estos términos está continuamente engañada, sí, porque las hipótesis a las que se aferra resultan falsables. Encuentra un discurso teórico sin fisuras, pero lo coteja con la realidad y no se sostiene. Sin embargo, cuando descubre que toda reconstrucción del pasado tiene un componente de ficción encuentra su equilibrio, porque no hay nada necesariamente malo en que “la verdad” se nos resista o sea una entelequia. Si sobrevivimos, lo hacemos gracias a que nos contamos un relato que nos sana. No hay relatos ganadores, sino relatos sanadores. Y éticos.


¿Es el cuerpo lo único verdadero, como parece sugerir Sofía en algunos momentos?

El cuerpo es verdadero porque a veces duele y creo que no hay nada más inapelable que el dolor físico. Por eso Sofía tiene alguna escena de autolesión. Necesita pellizcarse para saber que no está soñando. Pero también duda de que el cuerpo pueda ser identidad en el sentido de que lo identitario es aquello que permanece. Hace diez años que no se encuentra cara a cara con el hombre del que se ha enamorado y antes de su primera visita a la cárcel, se mira desnuda en el espejo y se pregunta si las células que la componen ahora son las mismas que la componían entonces. Al final de la novela decide que lo único verdadero es su deseo, provenga de donde provenga.


Esta es, hasta cierto punto (solo hasta cierto punto) una novela polifónica. ¿Por qué necesitabas introducir esas voces, además de la de Sofía?

La voz principal es la de Sofía, una especie de monólogo interior desde el encierro, porque a medida que avanza la novela ella se recluye cada vez más, mimetizándose con su novio, que está en la cárcel. Quería que el mundo exterior se colara de alguna manera en la narración para que el lector no se dejara arrastrar por la subjetividad de la protagonista y pudiera confrontarla. Entonces aparece una segunda voz en primera persona, la del dramaturgo Cozarowski, que escribió unos diarios que Sofía utiliza para documentarse en su tesis, y aparece Jokin, en las visitas a la cárcel, como un personaje teatral, en estilo directo, con acotaciones muy sucintas. Las visitas a la cárcel son “los hechos” y los soliloquios de Sofía documentan el modo en que “el historiador” interpretado los hechos.


¿Crees que una visión "relativista" de la verdad, que dice que todo es relato, todo es construido, sigue siendo vigente? ¿O esta concepción posmoderna de la verdad ha saltado por los aires en los últimos años, por causa de la crisis económica, de Trump, del Brexit...?

El fenómeno de Trump y su posverdad es un guantazo a la academia, porque ha retorcido los postulados del posestructuralismo para legitimar todo aquello que el posestructuralismo quería combatir. Pensemos en la historiografía posmoderna: quienes sostenían que la historia es más ficción que ciencia intentaban impugnar que los relatos que escribieron los ganadores fueran los relatos verdaderos, reivindicaban que se diera voz a los silenciados, que lo universal es por definición masculino, heterosexual y blanco, etc. Pero el “trumpismo” ha utilizado esta idea de “las verdades alternativas” para mentir sin tapujos y poner al mismo nivel el periodismo riguroso y las noticias falsas de Facebook. Es el reverso siniestro… Y en temas de género ocurre algo parecido con la teoría queer. Yo comparto la idea de que la categoría “mujer” es un invento y sí, sueño con un futuro pos-género en el que superemos los binarios, pero si las mujeres seguimos siendo agredidas por el hecho de ser categorizadas como “mujeres”, necesitamos organizarnos como grupo distintivo en base a dicha categoría, necesitamos representación política. En general, creo que la filosofía posmoderna no ha quedado impugnada, pero se ha vuelto evidente que todo lo que funciona en la teoría no siempre funciona en la práctica. Me gusta ser capaz de distinguir entre lo que creo que es y lo que creo que funciona y buscar un equilibrio entre ambas cosas.

Este tema se relaciona también, claro, con la cuestión del "conflicto vasco" (o como se le quiera llamar). ¿Existe una "guerra por el relato"? 

En lo que se refiere a la historia reciente de Euskadi defiendo una suerte de relativismo que está tan lejos del “todo vale” de la posverdad como de la idea de fijar un relato único. Los relatos únicos son esquemas generalizadores que cercenan los flecos y dejan a muchos fuera. Por ejemplo, se ha extendido la idea de que la sociedad vasca fue una sociedad cómplice porque tenía miedo y calló, y no niego que esto sea en parte cierto, pero es tremendamente injusto con la que gente que no lo hizo y deberíamos reivindicarlos. Para narrar desde lo literario lo que ocurrió en Euskadi creo que necesitamos multitud de versiones, cuanto más intimistas, subjetivas y parciales, mejor. Me interesa que hablemos de lo público desde lo personal para que obtengamos un tapiz de versiones complementarias y contradictorias. Creo que solo así, confrontados con un rompecabezas que no tiene solución, podremos entender lo que nos ha pasado.


La palabra "héroe" aparece bastantes veces en el texto, con connotaciones diferentes. ¿Existen los héroes? ¿Lo es Mikel Areilza? ¿O Sofía, o Jokin, o Andrés?

Yo estoy con Tina Turner: we don’t need another hero. Creo que una sociedad que necesita héroes es una sociedad fallida. El héroe es un individuo que se sacrifica para salvar a un colectivo. Una sociedad civil bien organizada no necesita héroes. Además, suele ser el poder quien decide qué es heroico y qué no lo es y siempre para refrendar su ideología. En The Terror Dream Susan Faludi explica cómo después del 11S el relato institucional silenció cualquier anécdota de heroísmo femenino. Las mujeres fueron construidas como víctimas a las que salvaban los bomberos, todos ellos hombres, aunque apenas hubiera mujeres en el World Trade Center y sí, por el contrario, muchas médicos y enfermeras ayudando a las que nadie entrevistó. En mi novela, Sofía está empeñada en proyectar su idea de heroísmo en personajes que se resisten a ser caracterizados como tal. Lo que hace es un acto de violencia, una imposición.


Otro tema que se repite en tus textos es el de la culpa. Todos los personajes tienen culpas reales, inventadas o, en el caso de Sofía, la "culpa por no tener ninguna culpa". ¿Te parece que la culpa es una fuerza destructiva, necesaria, reparadora?

Creo que la culpa es una fase por la que hay que pasar, y que una vez que se supera, llega lo importante, que es el compromiso. La culpa inmoviliza y el compromiso nos mueve a la acción.


¿Por qué decidiste acabar con un capítulo en que Sofía se emborracha (y algo más)? ¿Ella necesitaba salir de su racionalidad para comprender?

Creo que las drogas te ayudan a entender que nuestra percepción, eso que llamamos “realidad”, es producto de un equilibrio químico determinado, y que si cambia ese equilibrio, cambia el mundo. Sofía descubre que, si existe tal cosa como un relato verdadero, ella ha estado viviendo un relato falso, pero concluye que qué importa. Al final, lo único verdadero para ella es su deseo. Ya no está engañada porque ahora es consciente de los sesgos que la condicionan y le hacen amar lo que ama, pero eso no deslegitima lo que siente.

5 comentarios:

Gabriel Diz dijo...

Muy buena reseña Santi. Coincido en lo que dices acerca del concepto de verdad.

Saludos

Juan G. B. dijo...

Hola:
Yo no he leído aún la novela (sólo las primeras páginas) así que no opinaré, pero quiero decir que estoy muy de acuerdo con lo que dice la autora en la entrevista, tanto sobre la llamada postverdad, como sobre el tan manido relato en el "conflicto vasco". Y con lo que hay ahora y lo que viene, me temo que tendremos "batallas del relato" y "postverdades" para rato... En fin...
Un saludo

Interlunio dijo...

Hola. Tengo tiempo y el ciberespacio sí que es algo bastante relativo, así que me gustaría comentar un par de cosas.

1) Sobre el comienzo, eso que dices de casi abstenerte de poner una valoración por la subjetividad que puedas tener hacia la obra, por la escritora y el hecho de verte en el propio libro (felicitaciones por esto último)... yo, como lector, te/les digo que la valoración del comienzo es un simple titular de vuestras reseñas. Personalmente, pienso que la valoración real, con la que me quedo, es lo que se puede leer explícito, o entre renglones, durante toda la reseña. Y da igual que pongas el muy recomendable o decidas abstenerte; tu reseña toda permite leer que piensas que la obra es muy recomendable en intención y contenido y recomendable en estilo.

2) Sobre tu frase citada en la obra y tu pensamiento hacia ella. (tema muy interesante).
Hay verdades, sin duda. Pero pienso que tu cita, así como la respuesta que la autora te da, son certeras, gracias a la enorme capacidad que tenemos para relativizar, negar, crear, y la poquísima capacidad que tenemos para entender la dimensión temporal. Lo que yo afirmaría es: Hacemos de todo, ficción, hacemos de todo, literatura. ¿Por qué? Y acá me viene al recuerdo Mantuenga reseñando "tratado sobre ateologia", porque matamos a Dios pero solo para cambiarlo por otro. Seguimos con la visión del humano como centro del universo. Aquel nihilismo al que Nietzsche reprochaba como la peor consecuencia de las religiones, sigue acá, por lo tanto sigue nuestro eterno retorno.
Yo suelo hacer un chiste, de esos que no tienen gracia: "tranquilos, mientras no violemos las leyes de la termodinámica todo está permitido". Sofía puede pensar que lo verdadero es la historia o concluir que lo es su deseo; mientras transforme energía y libere al espacio más de la que absorbe puede montarse la ficción que mejor le convenga o necesite para sobrevivirse. ¿Quién de nosotros no es Sofía?
Permiteme agregar un determinante de que ahora el relativismo es cuestionado, hacer mi aporte personal ya que yo no tengo nada que aportar en este blog sobre gramática, estilos o corrientes literarias. Mucho menos conflicto vasco. Los cinco informes del IPCC, los estudios que demuestran que hemos sobrepasado cuatro fronteras planetarias, científicos afirmando: ¡He, agotamos en 15 años lo que la Tierra tarda 100 en regenerar! etc. etc., todo esto, son verdades como puños que, como tu dices, es hora de que dejemos de relativizar.
Pero Sofía, como bien dice su creadora, puede seguir por el mismo camino; si no hay Dios habrá biotecnología, geotecnologia y nanotecnología, con eso y un Danacol que nos baje el colesterol después de comernos 24 hamburguesas porque la realidad es nuestro deseo, podemos seguir. Incluso Marte nos vale de posverdad.
Es para encuadrar, la manera con la que la escritora te responde sobre si nos engañamos. Que lo importante es lo que nos sana. Gran verdad. Solo nos falta aceptar que hay más ombligos aparte del nuestro. Conectados, y conectados con los derechos de los ombliguitos por venir.
En mi opinión ¡claro que vivimos engañados! Si nos cuesta distinguir entre las verdades del pasado y el presente, ¡cuánto más podemos hacer por el no futuro! El futuro es una mentira a la que podemos adjudicar patas muy largas.

En fin. Felicitaciones por la reseña. Por destacar esa parte del contenido de la obra.  Y felicitaciones a la escritora; el tema que ha tocado va mucho más allá de su historia.

Y disculpad toda mi parafraseada. Quizás  no aporte nada a la reseña y solo responda a mi deseo de soltar lo que pensé leyéndola. Como dije antes, yo también soy Sofía.

Lupita dijo...

Madre mía, Interlunio , acabo de matricularme en filosofía (no , no tengo 18 años, o sí, pero varias veces..) y me has aco.. asustado.
Respecto al tema del libro, gracias por darlo a conocer. He vivido el llamado conflicto vasco desde los dos lados geográficos, por resumir, y tanto yo como los habitantes de mi nueva ciudad estamos contaminados de creencias erróneas, medias verdades, mentiras piadosas, mentiras flagrantes y la verdad aplastante de todas las víctimas que no pueden hablar ya. Un saludo

Interlunio dijo...

Te pido disculpas. Los ecologistas y algunos ambiéntólogos solemos pecar de alarmistas. La culpa es de Hans Jonas que nos enseñó a que cuando lo que está en riego es la protección de la vida, lo correcto es predecir lo peor. Yo pongo mucha pasión en esto porque, como se puede palpar en el día a día, seguimos enfrentandonos por nacionalismos o religiones, problemas de siglos pasados, y no asumimos los desafíos que nos depara este XXI. Como dije antes, lamento usar un apéndice de esta obra para llevarlo a mi campo.
Un saludo